sábado, 14 de junio de 2025

ALZHEIMER. EL HOMBRE QUE DIO NOMBRE AL OLVIDO

 

ALZHEIMER. EL HOMBRE QUE DIO NOMBRE AL OLVIDO

De paseo por la historia, con una mirada breve a los eventos y personajes que impactaron al país y al mundo. 

Evaristo Regalado, 14 de junio de 2025

Hoy nos detenemos en la vida de un hombre cuyo apellido quedó ligado para siempre a una enfermedad neurodegenerativa que borra lentamente la memoria y, con ella, la identidad misma de las personas. Aunque muchos lo mencionan casi a diario con frases como “eso es cosa del alemán aquel”, cuando alguien tiene un lapsus. Se suele decir en tono ligero, pocos conocen realmente a Alois Alzheimer, el médico y científico que marcó un antes y un después en la historia de la neurología y la psiquiatría.

Iniciemos como de costumbre con la frase de hoy, de la pluma del dramaturgo, guionista, actor y director teatral británico Harold Pinter, considerado uno de los escritores más influyentes del siglo XX. Cito:

“Perder la memoria es como morir en cámara lenta.”

Un día como hoy, 14 de junio de 1864 nació el neurólogo alemán Alois Alzheimer, un hombre que vivió lejos del bullicio, entregado al microscopio, a los libros y en una incansable búsqueda por entender el funcionamiento de la mente. Su vida fue la de un estudioso apasionado por la naturaleza, los tejidos cerebrales y las enfermedades mentales, mucho antes de que existieran los psicofármacos o las imágenes cerebrales en alta definición.

En 1885 comenzó a trabajar en el Instituto de Lunáticos y Epilépticos de Frankfurt, un lugar donde se intentaba comprender lo incomprensible, en una época en la que se creía que la luna podía alterar el comportamiento humano. Fue allí donde conoció a Heinrich Hoffmann, pionero en una visión orgánica de las enfermedades mentales y defensor de la contención verbal, un método que buscaba calmar al paciente con la palabra en lugar de la fuerza, anticipando lo que luego Freud llamaría el poder del discurso terapéutico.

Alzheimer se sumergió en los estudios histopatológicos del cerebro, teñía neuronas con sales de plata junto a figuras como Santiago Ramón y Cajal o Franz Nissl, y analizaba con paciencia quirúrgica cada pequeña alteración en el tejido cerebral. Su enfoque era claro: correlacionar los síntomas visibles en vida con los cambios microscópicos tras la muerte.

Fue precisamente en una autopsia donde encontró algo inusual: placas y ovillos en el cerebro de una mujer llamada Auguste Deter, quien había mostrado pérdida de memoria, lenguaje y orientación antes de morir. Alzheimer documentó el caso meticulosamente y presentó sus hallazgos en 1906. Sería Emil Kraepelin, su mentor y uno de los padres de la psiquiatría moderna, quien bautizaría esta forma de demencia con el nombre de su joven colega: enfermedad de Alzheimer.

Este tipo de deterioro cognitivo, que afecta principalmente a personas mayores de 60 años, avanza de manera lenta pero implacable: primero borra la memoria inmediata, luego las palabras, la orientación, la movilidad, y finalmente, la conexión con el entorno y consigo mismo. Como bien decía Gabriel García Márquez:

“La vida no es la que uno vivió, sino lo que recuerda y cómo lo recuerda para contarla.

Y sin recuerdos, ¿qué queda?

Alzheimer ganó notoriedad entre sus pares no por su carisma, sino por su rigor. En 1903, presentó una conferencia sobre los estudios histológicos en la parálisis progresiva, ilustrada con fotografías que él mismo había tomado. Su ingreso al Instituto Germano de Investigaciones Psiquiátricas, luego llamado Instituto Max Planck, marcó su consagración académica.

Tuvo el privilegio de vivir durante la edad de oro de la medicina alemana, junto a figuras como Robert Koch, descubridor del bacilo de la tuberculosis, y Rudolf Virchow, el padre de la patología celular. También compartió ideas con Eugen Bleuler, creador del término “esquizofrenia”, y referente de Freud y Jung.

Su última conferencia, en 1914, llevaba un título que hoy resuena con inquietante actualidad: “Efecto moral de la guerra sobre el sistema nervioso y la psiquis”. Poco después, una insuficiencia renal lo apagó para siempre. Pero su legado apenas comenzaba.

Hoy, gracias a la neuroimagen, podemos detectar en vida las atrofias cerebrales que Alzheimer solo podía identificar post mortem. Aun así, sigue siendo una enfermedad incurable, devastadora, que afecta a diez de cada mil personas. Entre 30 y 50 millones de personas en el mundo la padecen (aproximadamente entre el 0.4% y 0.6% de la población total mundial) y la cifra podría triplicarse para el año 2050. El Alzheimer no solo desintegra al paciente, sino que también deteriora su entorno, hinca a los que lo aman y lo ven apagarse en vida.

¿Qué podemos hacer para prevenir o retrasar el Alzheimer?

Científicamente no hay cura, pero sí factores que pueden ayudar a reducir el riesgo y retrasar el padecimiento de la enfermedad, pero no a evitarla. Entre ellos se citan: • Controlar enfermedades como la hipertensión, la diabetes y la obesidad. • Seguir una dieta mediterránea, rica en aceite de oliva, pescados y vegetales. • Realizar actividad física regular. • Mantener la mente activa con retos como leer, jugar ajedrez o resolver crucigramas. • Tener una vida social activa, conversar, reír, compartir.

Algunos estudios vinculan la enfermedad con mutaciones genéticas en el cromosoma 21, donde también reside la clave del síndrome de Down. Otros apuntan al exceso de aluminio o al consumo de gluten como posibles disparadores, pero no hay consenso. Los tratamientos actuales, como los inhibidores de la acetilcolinesterasa, solo retrasan el deterioro. Se han probado vacunas, células madre e incluso ultrasonido, pero sin éxito concluyente.

Cada 21 de septiembre, en honor al día en que Alzheimer presentó su descubrimiento, la Organización Mundial de la Salud conmemora el Día Mundial del Alzheimer. Es una jornada para recordar al hombre detrás del diagnóstico, al investigador meticuloso, al médico que quiso comprender la mente cuando aún no teníamos ni palabras para nombrarla.

Porque si la memoria es la forma en que el alma se aferra al mundo, entonces el Alzheimer es la más cruel de las despedidas. Sin memoria “no somos”.

Hasta aquí nuestro paseo. Nos vemos en la próxima, cuando la historia y los personajes nos reencuentren. Si te gustó, comparte.

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