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Infancia, cimientos de la personalidad (colaboración de Obispo Fermín para Cevicosenlaweb)

-Quiero tener un hijo. -¡Vale, seamos padres! ¡Alto! ¿Estamos hablando de un ser humano o de un pastel? Un niño no es un capricho de un dí...

-Quiero tener un hijo.
-¡Vale, seamos padres!
¡Alto! ¿Estamos hablando de un ser humano o de un pastel? Un niño no es un capricho de un día, sino la responsabilidad más grande que podremos llegar a poseer en la vida. Es irracional lanzarse a ser padres sin ver las consecuencias que en sí mismos van a provocar la serie de tareas que provoca la llegada de un hijo, o sin darse cuenta de que lo que van a traer al mundo es alguien que va a necesitar unos padres que se encuentren plenamente aptos para cubrir sus necesidades.

Estamos hablando del nacimiento de una nueva familia. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud) la familia es el entorno donde se establecen por primera vez el comportamiento y las decisiones en materia de salud y donde se originan la cultura, los valores y las normas sociales; yo añadiría también que se establecen las decisiones en prácticamente la totalidad de las materias. La familia es una sociedad en miniatura dentro del conjunto de la sociedad, y esta se forma con sociedades menores, nutriéndose todas ellas de individuos que se sirven con reciprocidad de las sociedades a que pertenecen. Así, es natural pensar que la familia afecta en mayor medida al individuo, ya que es su conjunto social más cercano. Por ello, como el empresario que se prepara para abrir al público su negocio, los futuros padres tienen que prepararse concienzudamente para abrir el "negocio" familiar, donde ellos serán los socios de mayor representación.

2530410615_70e3bccf00Esta familia nueva de la que hablamos ha de ser consciente de lo que va a comportar la creación de un núcleo social, junto sus relaciones físicas y psíquicas, experiencias y constantes cambios. El paso desde la soltería a la vida en pareja ya de por sí requiere cambios –se resta parcialmente la independencia-, aunque se consideran mínimos comparados con el paso a la vida familiar. Después de ser conscientes de todo lo que conlleva el cambio, los padres darán el próximo paso, que será ponerlo en práctica, y veremos que es más sencillo de lo que parece. Ser padres ha de convertirse en un reto, un premio a una vida equilibrada, y la oportunidad de ofrecer a alguien una vida plena. Lo que propongo en estas líneas es una alternativa a acciones "educativas" violentas –físicas o verbales-, pasivas o limitantes, que no pueden ser consideradas correctas. Algunos dirán que les ha ido bien con su "método", que no necesitan que les den lecciones, y menos viniendo de gente que no tiene hijos. Pues bien, yo digo que todos –o la inmensa mayoría-, irrefutablemente, hemos sido hijos alguna vez, y que desde esa perspectiva y con mirada crítica invito al lector a que reflexione sobre si su potencial fue desarrollado completamente durante su infancia. Si desde un ojo crítico no tiene nada que reprochar a la educación que le han brindado y no desea más información al respecto, está bien, no tendré nada que decirle. En cambio, si ha advertido que su desarrollo potencial podría haber sido mejorable, aunque solamente fuera por pequeños detalles, le invito a seguir leyendo. No hay que olvidar que es posible ser el padre con más amor y buenas intenciones del mundo, pero a la vez resultar el peor educador, y viceversa.

 El niño resulta el personaje más desprotegido de ese relato de aventuras que es el mundo; aún no ha desarrollado sus habilidades sociales y, por tanto, depende totalmente de la familia, el primer núcleo social en su vida. Esta razón- la indefensión del hijo- es la que destaca el valor de la preparación de los padres para guiarlo, como individuo dependiente. Unos padres que limiten la autonomía de un niño, ejerzan como dictadores o desprecien sus logros, con casi total seguridad obtendrán un hijo limitado, dictador o desconsiderado –también puede ocurrir que aprenda por sí mismo a hacer lo contrario que sus padres, pero es poco probable-. En cambio, unos padres comunicativos, coherentes, firmes y que fomenten las habilidades del hijo, desarrollarán su equilibrio a lo largo de la infancia y en años futuros.

Consideremos al niño no como un libro en blanco que puede ser escrito a voluntad de los padres, sino como el futuro de nuestra sociedad, porque ese niño algún día llegará a ser ingeniero, deportista, artista, médico, quizá un importante investigador… Depende de los padres la guía que ofrezcan durante la infancia; ellos deben saber que criar a ese retoño es la máxima expresión de la vida familiar. Un hijo forma parte de dos personas, es el fruto del amor de una pareja. Amar a un hijo conlleva darlo todo por él, y con darle todo me refiero a buscar la manera de actuar lo mejor posible para hacerle feliz; por ello es importante estar abierto al cambio. Una familia, como cualquier sociedad, está viva y permanece en constante transformación, al igual que todos los individuos que la componen. Una persona que no se abre a los cambios y no se adapta a ellos por el bien propio y de sus familiares, no debería nunca ser padre.

 La infancia puede considerarse como los cimientos de la personalidad, sobre los que se van a sustentar todas las experiencias y conocimientos posteriores a lo largo de la vida del individuo. Sabiendo ya de la fragilidad de la infancia, consideremos que existen tres pilares básicos a lo largo del aprendizaje en la niñez: por una parte, una familia, la cual ha de estar formada, preparada para el cambio y la adversidad, comprensiva, cariñosa y activa; como ya hemos dicho, es el ámbito más cercano y, por tanto, más influyente. Externamente, pero no por ello poco importante, el entorno –maestros, parientes y amigos- del niño necesita ser positivo, y además controlado en la medida de lo posible por los padres. El último pilar que considero como sustento principal de la infancia son los valores e ideas que el niño va recibiendo, gota a gota, desde los medios de información, desde las personas externas a la familia y desde los padres mismos. Son estos últimos los responsables de ejercer un control constante –que no significa férreo- de la información que recibe y capta su hijo. Es esencial, obviamente, un trato continuo entre padres e hijos, ya que una relación correcta depende en gran parte de una buena comunicación.

Al fin y al cabo, la calidad del amor que se siente por los hijos es proporcional a la calidad de cuanto se emprende en beneficio de la mejoría de su bienestar emocional, social y físico.

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