De las inscripciones, útiles, uniformes y otros “demonios”
Cuando yo inicié mis estudios primarios en mi natal Cevicos, me pusieron en las manos el archiconocido libro de texto llamado Nacho, de J...

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Cuando yo inicié mis estudios primarios en mi natal Cevicos, me pusieron en las manos el archiconocido libro de texto llamado Nacho, de Jorge Luís Osorio Quijano. Ese libro debe de andar por ahí editándose todavía en sus versiones modernas, si no me equivoco.
Era la época en la que los libros de texto eran un bien heredable, en la que estos “apóstoles del conocimiento” iban pasando de mano en mano, de hermano mayor a hermano menor, de tío a sobrino, incluso de una generación a otra. En fin, los textos no tenían una fecha de caducidad tan perentoria, tan inmediata como la tienen ahora, similares a la de cualquier carne congelada o un vívere, que se daña con el paso de un muy breve lapso de tiempo.
Las familias en aquel tiempo no se veían tan atosigadas, tan cargadas y mermadas económicamente en cada comienzo del período escolar, porque no importaba que los vástagos fuéramos a la escuela con libros usados, de segunda, de tercera y quién sabe de cuántas manos, siempre y cuando estos estuvieran bien conservados. Tanto es así que normalmente nuestros papás le decían a uno al momento de entregarle los útiles: “cuídalo, no dejes que se moje ni se rompa…consérvaselo bien a tu hermanito o hermanita”, lo cual era un valor, porque aprendíamos a cuidar de nuestras cosas con el ánimo de poder beneficiar a otros más adelante. Los papás hasta enseñaban a uno a forrar los libros utilizando toda suerte de papel, generalmente papel de regalo, o de colmado, este último más fácil de conseguir. El que tiene raíces campesinas, como yo, sabe muy bien de lo que les estoy hablando.
En nuestros días resulta una utopía pretender que los textos escolares sean reutilizables. Corre uno el riesgo incluso de que le llamen iluso, chapado a la antigua y hasta tacaño, cuando aspiramos a que nuestro primogénito pueda heredarle sus libros y algunos útiles escolares a la siguiente prole. En la actualidad, lamentablemente tiene que ser todo nuevo, año tras año, y cada año que pasa lo mismo, como si la historia patria y la gramática cambiaran exponencialmente en el tiempo y se “desactualizaran” de un año a otro; como si no fueran, en esencia, la misma gramática y la misma historia patria; como si 2+2 fueran 4 hoy, pero 5 en el período siguiente.
Los editores de libros y otros sectores genocidas hacen esfuerzos indecibles para garantizar la “desechabilidad” de los textos (si es que cabe el término en buena gramática) a como de lugar, valiéndose de subterfugios y técnicas que en ocasiones llegan a ser incluso ingeniosas y que lamentablemente han funcionado, en una franca carrera por enriquecerse lo antes posible, y en penoso contubernio con autoridades gubernamentales (de todos los gobiernos que hemos tenido, aunque en unos más que en otros).
Los niños de primaria de mi época usamos libros relativamente baratos (aunque no por eso carecían de calidad), y de segunda mano en muchos casos, como he expresado (Nacho y uno que otro libro de matemáticas), y esos parámetros no cambiaron a lo largo de la primaria y, en muchas ocasiones también hasta el propio bachillerato, inclusive. Cuando no teníamos los textos nos íbamos a la Biblioteca Municipal y ahí cogíamos nuestro “matinée” de 4 a 9 PM.
Eso sí, ese material actuaba en nosotros de la mano de excelentes profesores que dejaron su impronta indeleble grabada en nuestras consciencias y mentes. Profesores de la estatura de un Salvador Torres, Georgina Rondón, Melania, María María, Lupita; o “buques insignia” como Arquímedes Salcedo (Santo), Previsterio Lora (Primo), Benjamín Regalado (Bobby), Ramón Ant. Hernández (Román)…. Son sencillamente inolvidables, eso era otra cosa!, era clase aparte!, aunque todavía quedan muy buenos profesores en nuestro pueblo, hay que decirlo, de la talla de José Morillo (El Propio) y otros que se me pudieran estar quedando y con quienes me disculpo por la omisión). Me apasiono con los recuerdos de mis viejos maestros y de mi época de colegial, pero ese es un tema que puede tratarse aparte. De momento volvamos al tema de los libros.
Lamentablemente la educación dominicana ha degenerado en un negocio que enriquece y favorece a un sector, en detrimento de las clases postradas. Nadie regula como debiera a los colegios privados en sus tarifas (cada día más y más caras, de manera exhorbitante) sus exigencias (en ocasiones desbordadas y hasta ridículas) y los estándares de calidad que ofrecen (paupérrimos en muchos casos), combinaciones mortales para la clase pobre y para la educación del país, en general. Hasta que no tengamos una educación pública de calidad, que valga la pena, estaremos igualmente postrados ante los abusos de ese sector.
Observen en la fotografía de más abajo la lista de requerimientos para una niña de 7 años en un afamado colegio, cuyo nombre omitiré por razones más que obvias:
A la fecha, me permito dar las cifras que hemos gastado adquiriendo los requerimientos en útiles de la lista de más arriba: RD$10,000. Eso sin incluir, claro está, ni colegiaturas ni inscripciones (otro dolor de cabeza), transportes ni meriendas (sólo materiales y algunas vestimentas de poca importancia), y conscientes de que todavía nos faltan algunas cosas vitales que deberemos comprar antes del día 17 de este mes de Agosto, cuando se reanuda la docencia. Póngase en el lugar del que tiene 3 muchachos en un colegio.
Valor …y misericordia para ellos!
Miren el "bulto" de libros y cuadernos que deberá utilizar la niña, ninguno de los cuales será aprovechable para el próximo año: