miércoles, 2 de julio de 2025

JEAN-JACQUES ROUSSEAU

 

JEAN-JACQUES ROUSSEAU: LA LIBERTAD ENCADENADA

De Paseo por la Historia. Con una mirada breve a los eventos y personajes que impactaron al país y al mundo.

Evaristo Regalado, 2 de julio de 2025

El hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado

— Jean-Jacques Rousseau, El contrato social (1762)

Estas palabras inmortales dan inicio al paseo y al primer capítulo de una de las obras más influyentes del pensamiento político moderno: El contrato social. Jean-Jacques Rousseau, autor de esta frase, es también responsable de otra igual de profunda: “El hombre es bueno por naturaleza”. Ambas sentencias, igualmente poderosas, encierran el núcleo de su filosofía: la tensión entre la libertad natural del ser humano y la corrupción moral que le impone la vida en sociedad.

Un día como hoy, 2 de julio de 1778, moría en Ermenonville, Francia, Jean-Jacques Rousseau, pensador suizo nacido en Ginebra el 28 de junio de 1712. Es considerado uno de los pilares de la Ilustración francesa, junto a Voltaire y Diderot. Rousseau fue también precursor del Romanticismo, un movimiento que amplió el foco ilustrado al incorporar los sentimientos, la individualidad y la subjetividad humana como fuentes válidas de conocimiento y verdad.

Este hombre fue un polímata que desafió al mundo moderno. Rousseau fue un verdadero hombre del Renacimiento en pleno siglo XVIII: filósofo, escritor, compositor, pedagogo, botánico, grabador, actor, coreógrafo y hasta relojero por herencia paterna. Su vida intelectual desbordó las categorías habituales. Pero más allá de sus múltiples talentos, fue su obra El contrato social (1762) la que selló su lugar en la historia. En ella, propuso que la soberanía reside en el pueblo, que el poder político legítimo solo puede surgir del consentimiento común, y que las leyes deben ser expresión de la voluntad general.

Su teoría planteaba una ruptura radical con el absolutismo monárquico. Para Rousseau, la autoridad no proviene de la sangre, sino de un acuerdo racional entre los ciudadanos: un contrato social. Esa propuesta encendió las antorchas ideológicas que iluminarían la Revolución Francesa.

Sin embargo, su noción de “voluntad general” ha sido objeto de críticas: algunos regímenes autoritarios han manipulado el concepto para justificar la represión de las minorías, invocando al “bien común”. Pese a ello, la fuerza del pensamiento rousseauniano reside en su intento por armonizar libertad y orden político, y por concebir al ciudadano como actor, no como súbdito.

Rousseau creía que la democracia directa era el sistema más justo, aunque admitía que solo podía funcionar en estados pequeños. En naciones grandes, sugería formas de gobierno mixtas como las aristocracias electas. Pero su visión del hombre como esencialmente bueno, aunque corrompido por la sociedad, lo llevó a sostener que la educación debía proteger al niño de esa corrupción durante el mayor tiempo posible. Así nació Emilio, o De la educación (1762), una de las obras más influyentes de la historia pedagógica, una mezcla de novela de formación y de tratado filosófico.

Resulta paradójico y doloroso que Rousseau, autor de esa magna obra educativa, entregara a sus cinco hijos a un orfanato, incapaz de criarlos él mismo. El conflicto entre su pensamiento y su vida personal lo acompañó siempre. También era un hombre conflictivo y de difícil trato. 

La gran oportunidad de Rousseau llegó en el año 1750, con un concurso convocado por la Academia de Dijon. Se trataba de responder a pregunta directa: ¿Ha contribuido el desarrollo de las ciencias y las artes a purificar las costumbres morales? La respuesta de Rousseau fue provocadora y disruptiva: no. En su Discurso sobre las ciencias y las artes, atacó frontalmente la presunción ilustrada de que el progreso técnico conduce automáticamente a la virtud. Para él, el conocimiento sin ética solo adorna la decadencia.

Mientras Voltaire y los enciclopedistas celebraban los avances científicos como motores del progreso, Rousseau denunciaba que la cultura se había convertido en un barniz de civilización que escondía una sociedad podrida. Citaba a Grecia y Roma, refinadas y cultas, pero igualmente destruidas por su propia corrupción. Francia, decía, estaba avanzando en ciencia y arte, pero retrocediendo en virtud y justicia.

Rousseau no condenaba el arte en sí, ni las ciencias como tales. Hay que recordar que él mismo era compositor y botánico, además de gran escritor, o sea: un artista consumado. Él condenaba la elevación de las artes y las ciencias como sustitutos de la moral. Se puede ser ilustrado, advertía, y al mismo tiempo profundamente inmoral. Su mensaje era claro: sin virtud, todo saber es vano.

Rousseau vivió una existencia agitada, errante y muchas veces conflictiva. Se enemistó con Voltaire, Diderot y David Hume, y acabó aislado y paranoico, convencido de que una conspiración lo perseguía. Murió a los 66 años, empobrecido, enfermo y desencantado. Pese a su amarga despedida del mundo, su legado fue reivindicado tras su muerte. En 1794, en plena Revolución Francesa, sus restos fueron trasladados con honores al Panteón de París. Y es que no se puede hablar de la Revolución Francesa sin hacer referencia a Rousseau. 

Allí descansa el hombre que soñó una sociedad más justa, que denunció la hipocresía del progreso sin ética, y que legó a la humanidad un ideal inagotable: que la libertad debe construirse desde la voluntad del pueblo, no desde la imposición de los poderosos.

Hasta la próxima, cuando la historia nos convoque otra vez. Si te gustó, comparte.

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Algunas Fuentes web consultadas:

Stanford Encyclopedia of Philosophy. (s.f.). Jean-Jacques Rousseau. Recuperado de https://plato.stanford.edu/entries/rousseau/

Fuentes no web:

Cassirer, E. (1974). El problema Jean-Jacques Rousseau. FCE.

Strathern, P. (2003). Rousseau en 90 minutos. Edhasa.

Rousseau, J.-J. (1762). El contrato social.

Rousseau, J.-J. (1762). Emilio o De la educación.

Starobinski, J. (1998). La transparencia y el obstáculo. Taurus.

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